Sucedió en un café

Estaban sentados en una mesa del fondo, junto a una ventana. La luz dibujaba un par de haces rectos sobre la mesa de vieja madera oscura y diminutas motas de polvo brillaban ingrávidas entre ellos. Pasaban los treinta por poco, pero se miraban con intensidad juvenil, atentos el uno al otro.

Creo que la conversación duró menos de lo que él esperaba. Aún así parecía sentirse feliz por charlar con ella, aunque fuera un ratito. Se despidieron besándose las mejillas. Ella se levantó y le dejó sentado a la mesa, envuelto aún en la dulzura intangible del beso. Él trató de respirar profundamente para captar de nuevo su perfume y la siguió con la mirada mientras se alejaba. Mantuvo los ojos clavados en su nuca, magnífica bajo el pelo recogido, hasta que ella salió por la puerta y desapareció. Siguió mirando el espacio vacío durante un rato con la mente secuestrada por mil pensamientos.

Yo le observaba desde la posición privilegiada de la mesa contigua, testigo mudo de la chispa invisible que acababa de iluminar la estancia. Está perdido, pensé. Aunque quiera, aunque se esfuerce, ya nunca verá nada excepto esa nuca suave, esa sonrisa dulce y esos ojos brillantes.

Y entonces, como en el Café de Artistas, un ángel de silencio voló entre las mesas para posarse tranquilamente entre nosotros.

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