Vida, muerte y renacimiento de una tabla de surf

Vida y muerte (2010-2017)

Acababa el invierno de 2010 y había pasado horas en webs especializadas leyendo y releyendo medidas, críticas y consejos.  Comprar una tabla no merecía menor reflexión. Es una decisión que debe meditarse holgadamente, pues la observación, la comparación y la prueba son casi tan placenteras como la elección en sí misma. En esas estaba, con algo de dinero fresco en el bolsillo, cuando decidí que mi nueva alfombra mágica sería una de las crías de Matt Biolos y su factoría Lost..., el modelo Stealth en construcción EPS epoxy y unas medidas de 6 pies, 19'38 pulgadas de manga y 2'38 pulgadas de grosor con un volumen aproximado de 29 litros.


Se la encargué a mi amigo Dany, de la tienda Mallorcasurf. En aquella época las fabricaban en Olatu y mi pequeña tardó unas 10 semanas en nacer y llegar a mis manos, blanca y reluciente. Nos gustamos nada más vernos y nuestra relación fue fluida desde el mismo día que la recogí en la tienda.


Fueron buenos tiempos. En 2011 compartí con ella una de las mejores sesiones que recuerdo, con nuestro Mediterráneo queriendo ser Cantábrico. Ese día de olas poderosas lo disfrutamos juntos y nuesto vínculo se hizo más fuerte. La sensación de haber acertado en la elección pasó a ser un hecho.

November swell from Pedro Ramis on Vimeo.

Pero el surf es duro. Hay caídas sobre la tabla, hay toques traicioneros mientras bajas la escalera de casa con demasiada prisa, hay descuidos... La pequeña ya era mayor y llevada algunas cicatrices cuando unos meses más tarde (en 2012) nos llegó la oportunidad de viajar a Hossegor y catar La Gravière. ¡Qué recuerdos! Aquél viaje afianzó nuestra amistad y ella pasó a ser la primera dama, la sin compromiso, la que-vale-para-todo. Mi preferida.

Disfruté mucho de coger olas con esa tabla. En su momento fue innovadora, con la característica cola half-moon y el doble cóncavo de la carena. El mundo del shape estaba cerca de descubrir que el short'n'wide era una combinación ganadora y la Stealth ya apuntaba tímidamente en esa dirección. Su único límite eran mi torpeza y mi falta de estilo.

El mal día nos pilló un año después (2013). Como de costumbre el accidente no fue en olas gigantes ni en paraísos perdidos. Pico local, salida mal calculada, distracción, golpe en las rocas. Más vergonzoso que épico. El resultado fueron tres profundos agujeros en el lado mágico, en la carena. Había buenas olas así que con el neopreno puesto y goteando, realizé la mayor chapuza con Solarez que jamás se haya visto y volví al agua. Grave error.


La pobre nunca fue la misma. Nos distanciamos. Perdí cofianza en ella. Cogió agua y se deslaminada alarmantemente en algunos puntos delicados, sobretodo en uno de los cantos traseros. Amarilleó. De repente me parecía sucia, herida y fea. Acabó apoyada en una pared esperando tiempos mejores.

Coincidiendo con su declive, el mercado se llenó de novedades. La tendencia a acortar eslora y aumentar manga se hacía evidente en los nuevos diseños y cualquier tabla de más de 5'10" parecía un barco anticuado. Me dejé seducir por la moda de recortar pulgadas y la abandoné. Sí, lo confieso: la dejé de lado y me fui con otra.

Con el tiempo he entendido que este descanso le vino bien. Alejarse del agua salada durante meses le permitió secar su precioso interior y cicatrizar algunas heridas.

Entonces llegó el Surf City. Como parte de la organización, tuve el placer de conocer a Aitor Aizpurúa de Zamuro Art y montar un taller de decoración de tablas de surf que fue un puntazo. Para la clase magistral Aitor necesitaba una tabla con la que hacer la demostración y se me ocurrió que mi vieja y abandonada 6 pies podía servir. La arreglé con algo más de cuidado y la dejé presentable para que Aitor la utilizase de lienzo improvisado. El resultado fue magnífico y volví a mirarla con buenos ojos. Incluso la llevé al mar unas semanas más tarde.


Pero el nuevo idilio duró poco y volvió a su lugar en la pared para pasar allí los últimos 4 años. Hasta que un día...

Renació (2018)

La tabla estaba apoyada en la pared, "decorando" la habitación de mi hijo y acumulando polvo. Durante el tiempo que pasó abandonada se cayó un par de veces al suelo y no tenía muy buen aspecto. No recuerdo porqué tomé la determinación de revivirla. Supongo que no me gustaba ver semejante instrumento de placer sumido en ese oscuro ostracismo. Merecía otra oportunidad. Merecía una inyección de cariño que le insuflara nueva vida.

Así que me puse manos a la obra. Primero repasé foros de shape para mejorar mis conocimientos. Tracé un plan y me fui directo a la ferretería. La lista de la compra consistió en alcohol de quemar, acetona, papel y esponjas de lija al agua de varios grosores, resina epoxy, cinta de carrocero, cinta aislante, un bote de spray verde pistacho, un bote de spray blanco y un bote de esmalte transparente mate, un cutter y varias espátulas de acero y plástico.

El primer paso fue quitar el grip pad trasero y hacer una limpieza general. 4 horas en total en dos sesiones para dejar la tabla lista para ser reparada. Mucha (muchísima) paciencia y grandes dosis de perfeccionismo para no dejar ni rastro del pegamento del pad ni de la parafina repartida por toda la tabla.


En segundo lugar tocaba reparar a conciencia algunos toques nuevos y repasar los antiguos. Lo peor estaba en el canto trasero. Aquí hubo que operar: abrir la fibra, vaciar y rellenar de nuevo. Luego lijar, lijar y lijar. Lijar otra vez. Y otra. ¿He mencionado ya el tema de lijar? Pues eso. LIJAR. Unas 2 horas de trabajo.


En tercer lugar había que devolver la tabla a su estado original, es decir, eliminar la pintada de Aitor. Acetona con mucho tacto, espátula con suavidad, alcohol para ir saneando y mucha lija de esponja. Otras 4 horas de trabajo.


Este paso fue mágico porque la tabla reapareció ante mis ojos como el día que la compré. Ahora con bollos y cicatrices, pero en esencia era la misma alfombra mágica de entonces. Animado, fui a por el siguiente: la pintura.

Primero, por supuesto, volver a lijar. Lija al agua de grano fino para eliminar las útlimas suciedades y preparar la fibra para recibir la pintura. Después enmascarar los logos y componer el diseño con cinta aislante y cinta de carrocero, mención aparte del artilugio casero para trazar pin lines: una pinza de ropa, una aguja de pelo y un rotulador. No preguntéis...


Dejar secar y dar una segunda capa. Dejar secar de nuevo y quitar la cinta. El momento sublime de ver la vieja tabla adquiriendo nueva vida robusta, ligera y limpia. Sólo faltaba el último toque: dos capas de esmalte para proteger el conjunto. Entre pintar y esperar se sumaron otras 2 horas.



El balance final fueron 12 horas de trabajo y unos 30 euros en material. Nada comparado con la satisfacción de haber dado una segunda oportunidad a una vieja amiga. Quién sabe si mis hijos la surfearán algún día. Ojalá sea así. Nada le gustaría más a ella que coger olas de nuevo.

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