El guardián entre el centeno

Pocas veces me he sentido tan identificado con la soledad, la profundiad de pensamiento y la angustia de un personaje de novela como en el caso del joven Holden Caulfield de "El guardián entre el centeno" (también conocido como "El cazador oculto" o el original "The catcher in the rye").

Oí hablar del libro cuando era adolescente, sin embargo, en ese momento mis preferencias literarias eran otras y lo ignoré. Ahora sé que ése hubiera sido el momento idóneo para leer esta pequeña novela de J. D. Salinger.

Con todo, siempre me sentí atraído por el título sin saber nada del contenido de la novela. Esa frase sin verbo tiene una musicalidad extraña y una capacidad de evocar que permite, a modo de esos concursos literarios donde se sugiere un título, imaginar la novela humana definitiva.

Cuando hace un par de semanas por fin cayó en mis manos, pensé que inevitablemente me decepcionaría. Nadie puede escribir algo a la altura de semejante título, pensaba. Además había leído opiniones de todo tipo acerca del libro y muchas coincidían en considerarlo una obra sobrevalorada. Pero mi sorpresa, mi agradable y correctora sorpresa, fue que efectivamente ésta es una de las novelas humanas definitivas.

Salinger se pone en la piel de Holden Caulfield, un adolescente de 17 años en el New York de los años 40. En la novela explica sus andanzas en primera persona durante las horas que transcurren entre el día que es expulsado de un colegio de élite y el momento en que vuelve a casa. Holden está en la frontera que separa al niño del hombre y, cómo nos ha pasado a todos en ese momento difuso, se siente incómodo y deprimido y trata por todos los medios de superar esa etapa sin ser consciente de ello.

Se trata de un personaje contradictorio (como todos los adolescentes), dotado de una fina inteligencia y un vasto mundo interior que no se adapta a un sistema educativo y una sociedad en los que se siente perdido. Las reflexiones que realiza en la novela mediante un lenguaje natural, infantil a veces, bien apoyadas por las de los demás personajes, dejan expuesta a la luz del día una de las facetas más dolorosas de la naturaleza humana: apenas dejamos que se nos conozca, apenas dejamos que nuestros sentimientos traspasen la superfície. Somos un charco de medio metro cuadrado y mil kilómetros de profundidad.

No soy crítico literario y no tengo más conocimiento del arte de escribir que el que he aprendido leyendo. Pero la sencillez con que Salinger aborda la complejidad del pensamiento -y el sentimiento- del joven Holden y la manera de transformarse fielmente en él mediante el uso de la primera persona es, a mi juicio, un trabajo de maestro. Coincido con los que la sitúan como una de las 100 mejores novelas del siglo XX.


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La referencia de la edición que he leído (Alianza)
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