El sótano

Bajó al sótano con pasos cansados. A sus 57 años los esfuerzos eran cada vez más penosos. Empujó la puerta que se abrió lentamente. Las bisagras se quejaron como despertando de un largo sueño. A su alrededor las telarañas y el polvo registraban impasibles el paso del tiempo. Echó un vistazo en la oscuridad y distinguió la silueta de los muebles, los trastos viejos y los libros amontonados.

Una bombilla desnuda que pendía del techo se agitó en la corriente de aire. Buscó el interruptor a tientas y cuando lo encontró, la luz parpadeó indecisa hasta llenar la estancia de un resplandor amarillento.

En la pared del fondo, entre desconchones de pintura, estaba colgado su viejo neopreno. A un lado, apoyada entre una vieja cómoda y un montón de periódicos de tiempos mejores, estaba su tabla. La miró un instante y apartó la vista. Pero no pudo evitar que el recuerdo de una ola asaltara su memoria. Sonrió con la sonrisa más triste del mundo. Recordó esa ola, la que fue la última sin que él pudiera saberlo.

Aquella tarde de septiembre, cuando volvió a casa con el pelo aún mojado y se encontró a Lucía en el portal con lágrimas en los ojos, aún no sabía que las olas no romperían nunca más. El hijo era suyo. La responsabilidad también. Eran otros tiempos. Un hombre debía actuar como tal. Trabajar y sacar adelante a la familia.

Ahora había pasado mucho tiempo y los recuerdos se habían vuelto viejos conocidos a los que no le gustaba encontrarse. La lucha diaria formando parte de un sistema gris había dejado de tener sentido. Hacía años que sencillamente se dejaba llevar. Sin discutir, sin buscar, sin ver. Solía pensar que en realidad llevaba años muerto.

Murió una tarde de septiembre con el pelo mojado y el alma en los pies.

**Escribí este cuento para el blog SurfStories (ya no está online) y para la web Mallorcasurf.com y ha sido corregido para esta entrada. El original se tituló "Mal Final".

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